Fue un año un tanto diferente, en aquella ciudad. Al día
siguiente al treinta y uno de diciembre, todas sus gentes se encontraron,
sorprendidas, preparando la cena de fin de año. A los pocos días, celebraban la
Navidad, y casi sin darse cuenta, depositaban ramos de flores en las tumbas de
sus seres queridos, en el día de todos los santos. A medida que transcurrían las
semanas, se pasó del frío al calor, del verano a la primavera. Regalaban rosas
y libros un día y al poco quitaban a palazos la nieve de sus aceras. Su equipo
de fútbol pasó de campeón a serio aspirante. Sus esforzados gobernantes, de prometer
lo imposible en las elecciones, a anunciar más esfuerzos y ajustes a sus
ciudadanos. Lo mismo con los deseos de principios de año: de fumar como
empedernidos a mascar Nicorette para
dejarlo, de intentar desapuntarse del gimnasio a asistir a clases dirigidas un
par de días a la semana, a regañadientes.
Todos continuaron con sus vidas. Pocos percibieron siquiera
el cambio. El tiempo pasaba y al fin llegó el uno de enero. Y justo a las doce,
el año acabó igual para continuar de nuevo.