Por más que tomo café, me refresco la cara o me pongo ciego a
metanfetaminas, no puedo evitarlo. Me duermo irremediablemente.
Me duermo en el consultorio del médico, mientras la gente
discute sobre el orden de la cola. En el metro, cuando una viejecita intenta
entablar conversación. Con la cajera del súper,
sólo con mirarla. Mientras mi mujer me relata los últimos logros del niño. En
el ascensor, mientras un vecino habla del tiempo. También en el trabajo. Sobre
todo en el trabajo.
Diagnóstico claro y rotundo, tras caer redondo por primera
vez, mientras un taxista me facilitaba una xenófoba y según él eficaz receta
contra la crisis. Un raro trastorno del sueño, que me incapacita para aguantar
tonterías, las justas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario