El contenedor de orgánica sería el más adecuado. Pero no, ni
tampoco en los de al lado. Igual que el azul, demasiado accesibles. Por el
verde no caben, el agujero es demasiado pequeño.
El hedor era, más o menos, siempre el mismo. Se encaramaba desde
el entresuelo, por el patio de luces, hasta mi balcón, en el segundo piso. Para
subir las escaleras, cogía aire e iniciaba un ascenso veloz por los escalones,
de dos en dos, hasta mi puerta, dejando atrás ese aire repugnante justo al cerrarla.
No era el único problema. Me lo encontraba a menudo en la
calle, justo a la salida del edificio. Era imposible escapar.
-Què, nen, ja veig que t’has comprat un congelador molt
gran! Ostis nen, com va costar que el pugessin per l’escala. Quin congelador,
tu. T’has comprat un de gran, eh? Ja els hi deia jo, als del Miró que els hi costaria de pujar per
l’escala…
Siempre parecía a punto de ahogarse con sus propias
palabras. Yo, era incapaz de aguantar la respiración el tiempo suficiente. Con
sólo pensar en él, un cúmulo de vómito y de odio se amontonaban en mi garganta.
-Jo, nen, n’he vist molts de congeladors, sí. Uix, si jo
t’expliqués. Jo, és que he treballat molt. Jo, quan treballava a l’escorxador…
El olor poco a poco va desapareciendo. Ya hace tres días.
Malditas bolsas, se me están quedando las manos azules del
frío. El amarillo. El hueco es suficientemente grande, pero no se puede
rebuscar dentro del contenedor. Lo encontrarán antes de que se descongele, ya
en la planta de reciclaje. Definitivamente, el amarillo.
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