Hace ya casi una semana. Seis días. Desde entonces todo pasa
como si el tiempo se hubiera vuelto loco. Las horas ya no son sesenta minutos y
los días pueden ser meses y también segundos, no lo sabe con seguridad. Todo le
parece totalmente irreal, incomprensible. No alcanza a entender lo que le está
pasando.
Unas horas antes de que le den la noticia, el mundo está
aparentemente en orden. Justo después, nada tiene sentido. Por supuesto, cuando
piensa en ese momento, sabe que algo puede ir mal. Estas cosas pasan, sí,
seguro que entonces algo llega a pensar. Cuando descuelga el móvil, alguna idea
funesta se instala en su pecho. Pero nada, nada en absoluto le ha preparado
para la conversación que tiene a continuación.
- Me gustaría que nos viéramos en persona
-le dice con voz que a él le suena compasiva-. Será mejor. Créame.
-
¿Por qué? ¿Finalmente hay algo que
no va bien?
- De verdad. Mejor en persona -le
contesta-. ¿Cuándo le va bien pasarse por la consulta? Cuanto antes mejor. Sí,
será mucho mejor si puede ser hoy mismo.
Su hijo está jugando en el salón. No parece él. Ni siquiera
se atreve a hablarle. Es como un extraño con el que tiene vetado cruzar
palabra. De hecho, estos últimos días le cuesta articular una frase con
sentido. Es como si algo le estuviera atenazando el pecho. Como en los sueños,
cuando quieres gritar pero no te sale nada de la garganta. Su mujer pregunta,
intenta poner algo de luz en el asunto. Empieza a estar algo alterada. Sospecha
que algo malo pasa, pero no llega
a imaginarse la pesadilla por la que él está pasando.
Recuerda una imagen muy clara y viva de su infancia, con la
bicicleta. Su padre sujeta el manillar con una mano y con la otra, el sillín
por la parte posterior. Puede ver aún con claridad cómo le suelta y durante
unos segundos, él quita los pies de los pedales y va en línea recta a toda
velocidad. La sensación en el pecho, sin poder respirar. El recuerdo no va más
allá. Ni siquiera puede llegar a ver si finalmente se cae o llega a dominar la
bicicleta.
Esa sensación que tantas veces ha vuelto a vivir y que ahora
domina todo su ser. La misma que hace que se sienta más solo que nunca. Que sea
incapaz de compartir lo que le está pasando. Con nadie, ni con su mujer, con la
que está desde hace casi diez años y tiene un niño en común.
Demasiado joven. Estas cosas pasan cuando ya tienes una
edad. Con cuarenta y pocos no, no puede ser. Tres horas después de la llamada
telefónica está en un elegante despacho, con títulos colgados en la pared y
hasta una orla universitaria.
- Pero es que no lo entiendo. Habrá
que repetir el análisis. Dígame que puede ser que se hayan equivocado… -no
puede seguir hablando.
- Mucho me temo que es así. En estos
casos es seguro, no hay margen para la duda -el doctor sostiene sus gafas con
la mano izquierda mientras acompaña sus palabras con la otra mano-. Lo siento
mucho, créame.
Oye las llaves al otro lado de la puerta. Su mujer ya está
aquí. Va cargada con bolsas del súper. No puede siquiera dar un paso para
ayudarla. Está paralizado. Ella suelta un comentario sarcástico. Llevas unos
días que eres todo cariño y atención, ¿eh? Sigue sin poder decir nada. No
responde. Va hacia el lavabo. Se encierra y empieza a llorar como nunca antes
lo ha hecho.
Un relato interesante, suele pasar muchas veces uno recibe una noticia inesperada que te desarma y que delimita un final, muchas veces la muerte, interesante texto, saludos
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