Poco a poco empezaba a tomar consciencia. Podía notar como
partes de su cabeza aún dormida se activaban poco a poco. Se sentía entumecida,
en un estado de vigilia-sueño en el que no se reconocía. Con dolor de cabeza, más
bien un increíble peso encima de las cejas. La boca seca, un sabor asqueroso,
la lengua con un tacto parecido al de la madera. Demasiado bourbon, demasiados cigarrillos.
Ahora que se despertaba empezaba a notar una ligera
sensación de malestar por el esófago. Subía y bajaba, desde el estómago hasta
la garganta, como una marea. Como cuando era pequeña, donde veraneaba, el mar
cubría la arena, dejando un rastro de espuma en la orilla.
Me giré. Estaba allí, de espaldas, de lado. Roncaba. Así,
durmiendo, parecía dócil, como una cría de un temible depredador, que parece
inofensiva, pero puede matarte aunque sólo quiera jugar contigo. Sudaba, olía a
alcohol.
Tenía agujetas en las piernas, en los muslos. Me dolían.
También la zona púbica. Las embestidas fuertes, muy fuertes, pocas horas antes.
Recordaba el placer, intenso, mezclado con el dolor, agudo, que se sumergía
debajo de una agradable sensación, provocada por el alcohol.
Otra vez la marea. No solía beber en exceso. Lo había hecho
por él, que insistió. Me dejé llevar, de forma consciente. Lo deseaba, ya lo
creo. Desde el mismo momento en que lo conocí en la barra de aquel bar. Fue él quien se acercó. Fue él
quien me invitó. Fue él quien me susurró al oído esos versos embriagadores. Fui
yo la que le invitó a tomar la última copa en casa.
Enseguida supe que era una estrella fugaz. Que era un hombre
que únicamente podía asegurarme una noche de pasión. Un capítulo de su
historia. Un paso breve, muy breve, por su existencia. Yo iba a ser un
instrumento para su placer, un objeto de deseo. Sólo eso. Eso hacía que lo
deseara aún más.
El sol inundaba la habitación. A través de los haces de luz
podía distinguir miles de partículas de polvo en suspensión. Estaba tan
ensimismada en mis pensamientos que no me había dado cuenta. La fiera se había
despertado. No creo que la resaca fuera un inconveniente para cerrar el
capítulo de esta historia. La marea persistía, dejando un rastro de espuma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario