Doce, quince, dieciocho, veintiuno, … había cogido mucha
práctica con los años. Lo cierto es que, de dos en dos, siempre le había sido
más fácil que de tres en tres, sobre todo de niña. Ahora tenía un nivel experto
que hubiera dejado boquiabierto a cualquier catedrático de Psicología Básica.
Era capaz de contar hasta de dieciocho en dieciocho, en un trayecto de unos
diez minutos, a unos sesenta por hora. Mientras seguía con las manos agarradas
fuertemente al volante, los dientes le rechinaban. Lo peor eran las líneas
continuas, interrumpían el proceso.
Papá no siempre había estado todo lo simpático que una niña podría
desear. Entonces, más que las líneas discontinuas de la carretera, contaba
cosas que estuvieran a su alcance. Las baldosas del baño. Los libros de los
estantes de la biblioteca. Las ventanas de los edificios. Cualquier cosa que hiciera que él no
se desabrochara el cinturón. Si se equivocaba, si se descontaba, una sensación
de terror invadía todo su ser. Entonces, sabía que por la noche podía esperar
lo peor. Si acertaba, seguramente también. La estadística era demoledora.
Sabía que cuanto más nerviosa estaba, más aceleraba iba. Su
cabeza. Por fuera, todo parecía en calma, con sus gestos calculados y sus
movimientos milimetrados. En el trabajo, su jefe no parecía sospechar nada en
absoluto. Ni sus compañeros, aunque algunos la miraban extrañados cuando se
quedaba con la mirada fija en la cinta transportadora de envasado.
Nunca se le hubiera ocurrido explicárselo a nadie de su
entorno. Especialmente a su marido. Era su más terrible secreto. Intuía que el
pequeño ya lo había empezado a hacer. Tenía ocho y desde hacía aproximadamente
un año, cuando lo llevaba al colegio, podía leer en sus labios, mirando hacia
al suelo, uno, dos, tres, … de momento, de uno en uno. La mayor no había sido
tan precoz. Hasta los nueve o diez años, diría, no había empezado.
Ella, por si acaso, seguía contando. Como ellos. Los tres
tenían la esperanza que él, al llegar a casa, estuviera más simpático que el
día anterior. La estadística jugaba en su contra.
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