No recuerdo cuánto tiempo llevo aquí. Cruzaba la calle, y, al
instante siguiente, viajaba bajo tierra. Cosa del todo improbable, ya que el
metropolitano no se construyó en esa parte de la ciudad hasta muchas décadas
después. Me desperté con una voz agradable y algo metálica, que anunciaba algo
de un final de línea, en Cornellá Centro.
Dios sabe que lo intento, pero no entiendo esta ciudad, descreída
y materialista. Tampoco la voluntad del todopoderoso, que aquí me retiene. Al
principio, creía que era su objetivo que yo mismo acabara mi obra más
ambiciosa, mi tributo a nuestro Señor. Sin embargo, de forma inexplicable, se
me retiró de la dirección del proyecto; por cierto, aún inacabado, sin duda,
por la tacañería de mis conciudadanos.
Cuarenta y cinco veces. Unas pocas por descuido; la mayor
parte, Dios me perdone, porque no podía aguantar más el tiempo que me ha tocado
vivir. Al principio, practicaba con esos monstruos estridentes y rojos, ya no
llamados trolebuses, porque no funcionan por cables aéreos, sino gracias a esos
tubos apestosos que sobresalen de su parte posterior. Luego, lo intentaba con
los trenes subterráneos, de pie, erguido, en las vías. Todas las veces, justo
en el momento en que sus faros parecían impactar en mi blanda piel, me
despertaba en algún rincón de esta ciudad, extraña para mí.
Estos intentos no son ajenos a la visión que, cada día,
tengo de éste, el que un día fue mi lugar. Edificios horrendos, rectas y ateas
líneas decoran las manzanas de Sardá, que en paz descanse. No hay vida, ni
naturaleza, todo es gris. Sólo alguna edificación, entre tanta sordidez, alegra
mi vieja y deteriorada vista. Cuando la tristeza inunda mi ser, suelo
amontonarme en la cola con los turistas en la Casa Milá, recordando épocas mejores.
La mayor parte del tiempo lo dedico a los rezos que,
invariablemente, llevo a cabo cada día, en diferentes templos de la ciudad. También
disfruto de algunos buenos ratos siguiendo al Barcelona Club de Football, del
cual soy socio desde hace unos años. Estoy convencido de que, fruto de mis ruegos,
son la última Champions y, desde luego, las filigranas de Messi.
Luego, ya tarde, desde mi minúsculo piso de renta antigua de
la calle Mallorca esquina con Cerdeña, observo, noche tras noche, cómo evoluciona mi
obra. Desvelado, me dirijo, guiado por la tenue luz del candil, a mi
destartalado dormitorio. Después de los obligados rezos nocturnos al pie de la
cama, acepto unos cuantos amigos en Facebook e introduzco un nuevo post en mi
blog, mientras engullo, como siempre, una natilla con chips
ahoy.
Per mi: genial!!!
ResponderEliminarentre tu i jo...no em ressona, no, em sona i molt bé!