Estado de Inopia


Era éste un país un tanto especial, en el que se vivía en un estado (parecido al) de sitio. El gobierno protegía a su pueblo imponiendo el toque de queda, no para evacuar las calles antes del anochecer, sino más bien para impedir que sus buenas gentes se despertaran por la mañana. Los diarios se quedaban sin leer y las radios emitían noticias que nadie escuchaba, para tranquilidad de los agradecidos ciudadanos y alivio de sus sufridos representantes. Y ese mérito no se le podía negar a este buen gobierno. Los electores no debían preocuparse acerca de los diversos actos vandálicos cometidos por los más temibles delincuentes. Tanto si asaltaban el erario público como si obligaban a las mujeres a procrear en contra de su voluntad, para nada se conseguía importunar a la población.
Y llegó un día que, con el fin de evitar de forma definitiva la alarma general, su presidente propuso reformar la carta magna, para así instaurar el inalienable derecho fundamental a la inopia.

Jornada a tiempo completo


10.15h
Un hombre con ojos rasgados, sin duda extranjero de allende los mares, intenta fotografiarnos con su iphone, con gestos furtivos, como luciría una persona privada parcial o totalmente de juicio. El vigilante, como de costumbre, dormita en la esquina. Finalmente, lo consigue, justo en el momento en que la enana cabezona guiña el ojo al objetivo y yo rezo para que la fotografía no tenga suficiente resolución.
11.20h
“Como podéis ver, el artista resolvió con gran destreza …” Odio las visitas escolares. “… gracias al gran dominio que tenía del color y a la facilidad que poseía para caracterizar a los personajes …” Son lo peor, mofándose de la infanta y de sus acompañantes.
13.45h
Una muchacha, ataviada con una boina calada de lado y con ropas poco menos que indecorosas, toma notas en una hoja apoyada en su carpeta, mientras nos mira arrugando su frente y estirando el brazo, haciendo ángulo recto con los dedos índice y pulgar de su mano derecha. Es en mí en quien fija su mirada. Contengo a duras penas un rubor creciente que se agolpa en mis mejillas.
16.00h
Siesta. Con los años he desarrollado una útil e inverosímil habilidad para dormir de pie, con los ojos abiertos, pincel y paleta en mano.
19.55h
Cinco minutos para el cierre. Al fin podré tomar asiento. Es de lo más agotadora, esta postura. Y por si fuera poco, sus majestades observándome continuamente (vigilándome, por más que Doña Margarita me tache de paranoico). Aunque lo más grave, al observar cada día el fruto de mi trabajo, es que con todas estas idas y venidas, me es del todo imposible conseguir un trazo firme y continuo. Por más que lo intento, y ya van unos cuantos siglos, me salen todos ellos movidos.